De Historias SOLO CUARENTA Y CINCO Angelica Barcenas 1996

Publicado el 11 de julio de 2024, 3:04

"Ni nunca imaginé que yo decidiría cómo terminar mi vida. Cuando trato de explicarme cómo fue sucediendo, siempre me acuerdo de mi infancia; tenía ocho años, estaba en el patio jugando con mis muñecas.

Mi mamá me llamaba para que hiciera la tarea y mi respuesta era casi siempre la misma: "primero querías que aprendiera a leer, luego a restar y sumar, ahora quieres que aprenda a multiplicar y dividir, pues no, yo ya me cansé". Esto se repetía siempre, primero estudia, luego trabaja, diviértete y al final la misma pregunta: "¿Cuándo te casas? Ya deberías de hacerlo, tienes treinta años, ya no vas a ser madre, sino abuela".

No lo pensé mucho, no tenía tiempo, el trabajo me mantenía ocupada todo el día. Si había trabajo pendiente, me quedaba en la oficina hasta terminar o me lo llevaba a casa, incluso los fines de semana. No me di cuenta de cómo pasaron los años. En el trabajo todo estaba bien, después de quince años, tenía un buen puesto.

Durante este tiempo tuve varios romances, que duraban según la resistencia de cada uno, algunos meses, otros años, pero al final todos concluían. En ocasiones con un ultimátum: "¿Nos casamos o terminamos?" Algunas veces ni siquiera lo pensaba, otras lo pensaban demasiado y terminaban de todas maneras.

Cuando en casa las preguntas de "¿cuándo te casas?" empezaron a multiplicarse, me fui a vivir sola. Al principio me gustó, mis amigas y amigos me visitaban y casi nunca estaba en casa. Pero conforme fueron transcurriendo los años, se fueron marchando, quedando solo una llamada telefónica en fin de año o el día de mi cumpleaños o alguna reunión ocasional.

Un día, sentada frente al espejo, sin hacer ningún gesto, descubrí las líneas que siempre marcaban mi expresión al hablar, al reír o al enojarme. En un instante estaban ahí, en mi rostro, sin que hiciera nada. Ese día me llegaron de golpe mis cuarenta años, mis hijos no nacidos, mi matrimonio no realizado y mi enfermedad.

Hacía tiempo que tenía algunos problemas de salud que por el trabajo no había atendido. Ese día empecé a sentir fuertes dolores en el vientre y una hemorragia que me llevó al hospital. Después de una operación, concluía la posibilidad -ya lejana- de tener hijos.

Estos últimos cinco años, los he capoteado, quién sabe por qué. Casi todas las noches, he tomado una pastillita -pequeña para creer que no es nada- para poder dormir, porque me duele la cabeza, porque tengo frío, porque tengo ganas de llorar, porque tengo miedo, porque estoy cansada, porque estoy alegre, por todo.

Hoy es mi cumpleaños y en lugar de estar contando las velitas que voy a apagar, estoy contando cuántos miligramos son cuarenta y cinco pastillitas que durante cuarenta y cinco noches he escondido entre los libros, debajo de la almohada, en el joyero, en la cocina, en la sala, en todas partes. Me pregunto si serán suficientes para ya no despertar, o dentro de cuarenta y cinco días despertaré sobre mi cama. No lo sé, pero cuando mi familia se dé cuenta de que por fin duermo en paz, sin sobresaltos, sin angustias a medianoche, espero que no se enojen por no haber aprendido como multiplicar y dividir mi vida.

Añadir comentario

Comentarios

Todavía no hay comentarios